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viernes, 18 de febrero de 2011

VIOLENCIA MACHISTA

Autora: Fuensanta Martín Quero -vocal de ALAS-

Bien podría llevar por nombre el título de una novela, como por ejemplo A sangre fría, de Truman Capote, pero, desgraciadamente, al igual que ésta, el crimen no tiene su origen en la ficción sino en la más cruel realidad; y el suceso acaecido en la triste y lluviosa mañana de un quince de febrero del año en curso trascendió más allá de las aceras, donde la cotidianidad se rompió en añicos bruscamente, del conocido barrio malagueño de El Palo.

Ella, la víctima, formará parte de un número maldito que cada año ocupa las páginas de los periódicos y las noticias de las cadenas televisivas. Él será uno de tantos desconocidos para la mayoría repudiados por la sociedad, cuya historia futura se cubrirá no demasiado tarde por el velo gris de la indiferencia, excepto para los más afectados. Y de la pequeña… Dejémoslo ahí.

Una vez más la sangre. Una vez más el dolor. Una vez más la iniquidad, las bruscas inclemencias de la maldad y sus graves consecuencias de por vida, de la que se pierde y de las que quedan ahora por rehacer. Y me pregunto, cada vez que hechos como éste nos sorprenden y nos dejan consternados/as cualquier día inesperado, qué pasa por la mente del verdugo, qué pensamientos y retorcidas emociones llevan a traspasar a individuos de apariencia normal esa maldita línea roja de la violencia machista. ¿Cómo es posible esto?

Pensar en un mundo sin violencia parece estar en esa tierra lejana de la utopía que la mayoría anhelamos, pero, puestos a pensar detenidamente, no deja de ser sorprendente que esa violencia se crezca con desmesura dentro de los círculos más próximos de una persona, llevando al maltrato físico y/o psíquico, hasta llegar al acto demoledor de arrebatar la vida de un ser que supuestamente ha sido amado. ¿Es que el amor, cuando se trunca, se transforma en intenso odio que algunas personas no saben dominar? Y ¿por qué son siempre ellos los que actúan así? El trasfondo biológico que nos diferencia a mujeres y hombres probablemente nos lleve a manifestar la agresividad por cauces distintos, pero esto no puede ser la base de actos tan repugnantes realizados por personas cuyo comportamiento resulta normal ante otras, y que se transforma, en cambio, con la que ha sido su pareja, a la que termina despojándola de todo.

En los cimientos de muchos de nuestros actos subyacen valores culturales propios del contexto social amplio en el que estamos inmersos, apenas perceptibles, como órdenes internas que condicionan nuestros objetivos, nuestras opiniones, nuestra manera de pensar, nuestros comportamientos y hasta nuestros gestos. Estos valores, unos más genéricos y otros más específicos, se transmiten de generación en generación a través de cada uno de los emisores que participan de nuestro entorno a lo largo de nuestra vida, llegando a modelar en cierto modo la personalidad de los individuos. Desde esta perspectiva, habría que plantearse si la transmisión de los valores que definen el amor de pareja contiene reminiscencias presuntamente de otras épocas –digo presuntamente porque más bien son evidencias presentes en muchos casos– de sometimiento hombre-mujer y de amor como sinónimo de posesión. No creo que exista un paralelismo, una igual evolución, entre las formas externas modernas de las sociedades avanzadas como la nuestra y el sustrato ideológico-cultural que las sustenta y que, a mi modo de ver, en muchos aspectos como en el tema de la igualdad de géneros –igualdad real, me refiero– está mucho más rezagado, pese a las apariencias. Por ello, a las medidas policiales, jurídicas y asistenciales previstas para casos de violencia machista, habría que sumarles una revisión de los mensajes en profundidad. Redefinir conceptos que atañen a las relaciones humanas más estrechas, en los que queden desterrados para siempre la dramatización de la relación de pareja, que habría que entender como situación coyuntural que puede durar días o toda la vida, según el caso, pero por sí sola, sin condicionantes sociales, sin prejuicios y sin extremismos. Habría que revisar, asimismo, cualquier indicio, por muy insignificante que parezca, que ponga en evidencia el concepto de amor-sumisión y de amor-posesión. No basta, pues, con atacar las evidencias del maltrato, siendo esta batalla hoy por hoy imprescindible, qué duda cabe; hay que abordar, además, lo que debajo de las mismas está impidiendo que definitivamente dejemos de ser testigos de estos crímenes atroces.
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Escrito por Fuensanta Martín Quero.

jueves, 17 de febrero de 2011

LA VIOLENCIA DE GÉNERO: ANALISIS DESDE UNA PERSPECTIVA

Autora: Inmaculada García Haro –vocal de A.L.A.S.-
Fecha: 17/02/2011


El maltrato físico de la mujer y su cara mas terrible, su asesinato, es la punta del iceberg de un problema de raíces mas profundas que se manifiesta mostrando un panorama en el que podemos observar las terribles circunstancias por las que atraviesan gran parte de las mujeres que habitan nuestro planeta
Para entender lo que podemos llamar el “malditismo” de lo femenino debemos remontarnos a etapas anteriores a las actuales religiones patriarcales o del libro (la judaica, la cristiana y la musulmana). Si analizamos la evolución de las representaciones de las deidades femeninas hasta la advocación de la diosa Astarté observamos que, antes del dios-padre se adora a las diosa-madre. Los primeros ritos religiosos de culto, anteriores a toda civilización, se dirigen a la fertilidad, al vientre-madre. Sus ídolos votivos son las llamadas “venus”, diosas femeninas con pechos y vientres abultados. Este universo matriarcal viene a entrar en crisis con la aparición de la figura del padre al ser descubierto su papel en la procreación.
En la zona del creciente fértil, origen de la civilización, en principio, la diosa era llamada Inanna por los sumerios y aún conservaba todos los atributo de lo femenino, aunque en sus representaciones aparece más estilizada que sus antecesoras. Pero las diosas babilónica y persa, Ishtar y Astarté, reflejan en su representaciones y atributos una progresiva masculinización que culmina con la diosa guerrera de Persia, antecedente directo de la deidad masculina del pueblo de Judea.
El proceso de anulación de la feminidad (fenomicidio) comienza aquí pues la religión judía considera la deidad como única y masculina y de ella emanan las diferentes escatología de las religiones monoteístas cristiana y musulmana que, en sus extremos mas fundamentalistas, tapa el rostro de la mujer o, simplemente, las considera impuras. Pero ¿por qué ese afán de ocultar lo femenino, de condenarlo? Quizás la respuesta la encontremos en el libro de la creación, el Génesis, donde aparece el mito de la expulsión del paraíso que encierra la base de ese malditismo. El acto de Eva, la primera mujer, afecta a toda la humanidad y la condena. Es lo que se conoce en el ámbito judeocristiano como “pecado original”. Pero ¿cuál fue realmente ese pecado? ¿cuál fue la fechoría de Eva que hace que se nos continúe tachando de inferiores, impuras, insuficientes, inútiles...? ¿Qué es lo que rechazan, en definitiva, esas religiones? La respuesta es muy sencilla: Eva realizó el primer acto de libertad humana.
En el mito se encierra la incógnita y el significado de la vida que no es otra cosa que ejercer la voluntad y la autorrealización de cada ser humano. Pero el miedo lo disfraza de pecado; el miedo a ser uno mismo, a equivocarse; miedo al libre albedrío, el mayor regalo recibido y esencia de cada uno de nosotros.
La realización del SER mediante la voluntad y la libertad que no deben ser consideradas cualidades malditas sino divinas, pues constituyen la esencia propia de la vida. Pero el ser humano, lleno de incógnitas por resolver y de miedo, por un lado rechaza a la mujer por su capacidad de engendrar la vida que no comprende, y, por otro, la necesita para vivir a través de ella. El ejemplo mas extremo de esta situación la tenemos en el hombre que maltrata a una mujer. Perdido su sentido de conexión la necesita como el alimento y la convierte en una presa a la que debilita reforzando su complejo de inferioridad y su sentimiento heredado de culpa minando su autoestima.
Hay un vacío en los seres humanos. Necesitan y claman por el universo femenino perdido sin saberlo. La fuerza devastadora de lo masculino inconexo está teniendo consecuencias terribles para nosotros y nuestro planeta. Es por eso que hombres y mujeres debemos recuperar esos arquetipos perdidos, rechazados u olvidados, pues somos seres andróginos. En cada hombre o mujer cohabitan valores y cualidades masculinas y/o femeninas desarrolladas o no en función de diferentes variantes fisiológicas, culturales, educacionales o religiosas. De su equilibrio depende nuestro futuro.
Valga esta exposición en homenaje a aquellas mujeres que, a pesar de no poder tener control sobre sus cuerpos, y en circunstancias por lo general adversas han seguido el cauce de la vida criando y amando a los seres humanos que hemos vivido a través de ellas. Pero sobretodo quiero rendir un homenaje a todas las que han perdido la oportunidad de ejercer el derecho intrínseco de ser única dueña y creadora de su propia vida en manos de la barbarie.
Brindemos por esas mujeres sabias.